viernes

El "argumento del consuelo"

En 1770 James Beattie expuso su crítica al ateísmo militante. Aunque Beattie pensaba particularmente en los creyentes cristianos, su argumento -que podemos llamar "argumento del consuelo"- puede ampliarse a cualquier creyente teísta que padece en este mundo. Aquí el argumento:


Sea S el creyente teísta.

Su creencia en el teísmo (esto es, en un dios amoroso y en una vida post mortem) le proporciona a S un gran consuelo, un gran bien.

Pero además S no puede recibir un bien comparable de ninguna otra fuente.

Por tanto, privarlo de este bien, de este consuelo, es una pérdida significativa para S.

Por ello privar a S de este gran bien empeora significativamente su vida.

Ahora, está mal empeorar la vida de alguien sin compensación suficiente.

Pero los ataques del ateísmo militante no proporcionan a S una compensación suficiente.

Por tanto, los ataques del ateísmo militante están mal.

          Stanford Encyclopedia of Philosophy 

 

Pero hay más. De acuerdo a Bernardo Kastrup, los ataques a la religión o al teísmo por parte de los ateos militantes -la élite académica o científica "ateo-materialista"- son, simplemente, la manera de consolarse a sí mismos por la pérdida del sentido que, antaño, proporcionaba la religión. Sobre esto, recomiendo encarecidamente leer: 

How militant atheists stole your sense of meaning to enhance theirs





martes

Trabajo manual sobreidealizado

Sí, los marxistas, los anarcosindicalistas, los tolstoianos y algún que otro romántico idealizan al trabajo manual. Lo sobreidealizan.

Pero la verdad es... que es un trabajo horrible. Pesado. Riesgoso. Mal pagado. Muy poco interesante. Poco o nada artístico. Trabajo embrutecedor. Aburrido. Rutinario. Mecánico, o casi. Sucio. Grasiento. Te hace sudar, todo se te pega y hueles muy feo. Terminas de mal humor. Tan horrible y estúpido es ese trabajo, que quienes lo hacen quisieran estar haciendo otra cosa. Huyen de él como se huye de la peste, decía Marx, el más insigne de sus defensores -y uno de los que más huyeron de él (por cierto, con mucho éxito, a Engels gracias... perdón, a los obreros de Engels gracias).

Está bien hacer trabajo manual. La sociedad lo necesita, es el más útil de todos los trabajos. Pero nadie debería hacerlo más de una hora diaria. U hora y media, si es preciso. Hacerlo por convicción ideológica, o hacerlo para impresionar a tal o cual tipo del barrio o del sindicato, o hacerlo para que digan cuando te vean pasar

---Ahí va uno de esos hombres útiles, ¿qué haríamos sin ellos?

... eso es una barbaridad. Una necedad. La idiotez elevada a su máxima potencia. Vamos, ni siquiera puede decirse que el trabajo manual mejora tu condición física. Suponiendo que no perdiste un ojo o una mano al hacerlo, suponiendo que no quedaste cojo o tullido luego de una caída, suponiendo que no quedaste silicoso por el polvo en la mina, es cierto que el trabajo manual te endurece los músculos y puede que te ponga guapo unos años. Pero resulta que al final vives, en promedio, menos años que la gente más sedentaria y más dada a los quehaceres cerebrales. Y tus últimos años son años de dolores en la columna, mirando la televisión (lo único apropiado para tu pequeño y empequeñecido cerebro) y conectado al tanque de oxígeno. ¿Que el trabajo manual es bueno para el corazón? Es verdad, sí. Parece que reduce el colesterol. Muy bien, en lugar de la hora y media, que sea hora y tres cuartos...

Pero, además, ¿para qué quieres tanto músculo endurecido? Las chicas los prefieren con dinero…

Y ya en serio, ¿qué haríamos si desaparecieran todos los panaderos, albañiles, plomeros, electricistas, mineros y torneros? Pues nada, a esperar 24 horas. Al fin que panaderos, albañiles, plomeros, electricistas, mineros y torneros nacen todos los días.

Cuento sobre las viejas feas ---Tadeusz Rózewicz


CUENTO SOBRE LAS VIEJAS FEAS
por Tadeusz Rózewicz

me gustan las viejas
las viejas feas
malignas
ellas: sal de la tierra
no les da asco la basura
humana

son ellas que conocen el revés
de la medalla
del amor
de la fe

las viejas
vienen y van
mientras los dictadores
se hacen los graciosos
mostrando sus manos en sangre

las viejas feas se levantan
junto con el sol
compran carne frutas pan
lavan hacen la cocina
se quedan en las calles con brazos cruzados
y se callan

las viejas
son inmortales

Hamlet se agita dentro de su red
Fausto hace un juego vil y ridículo
Raskolnikov bate con su hacha
las viejas son
irrebatibles
sonríen levemente

muere el dios
las viejas se levantan sin hacerle caso
cada día
compran pan vino pescado
se muere la civilización
las viejas se levantan junto con el sol
abren las ventanas
tiran la basura
se muere el hombre
las viejas lavan al difunto
entierran a sus muertos
siembran flores
sobre sus tumbas

me gustan las viejas
las viejas feas
malignas

creen en la vida eterna
ellas: sal de la tierra
corteza del árbol
mirando con sus ojos de humildes bestias

cobardía y heroísmo
grandeza y mezquindad
a todo le dan una dimensión

conforme a las exigencias del día
de su día cotidiano

sus hijos descubren América
perecen en las Termópilas
crucificados se desgranan
conquistan el Cosmos

las viejas salen a las calles
junto con el sol compran leche
pan carne todavía falta pimienta
para el guiso
las viejas abren las ventanas

sólo los tontos se ríen
de las viejas
de las viejas feas
malignas

porque ellas son mujeres
hermosas
las buenas viejas hermosas
como huevos
secretos sin misterio
bolas rodando incansablemente

las viejas son
momias
como de gatos sagrados

pequeñas
todas arrugadas
y cada día más secas
manantiales frutas
o gordas
budas ensimismadas

cuando mueren
se les escapa
una pobre lágrima juntándose
con una sonrisa feliz

de jovenzuela

domingo

Los niños como negocio ---Gabriel Zaid

 Tomado de: Gabriel Zaid, El progreso improductivo, I,1. (+)


Los niños como negocio

1. Ventajas de los niños


No es fácil callar a unos vecinos ruidosos, enfrentarse a un abuso de las autoridades, vaticinarle a un jefe su fracaso en la vida o someter a un impertinente. Si todavía es posible sofocar la maldad, tener valor civil, decir lo que se piensa, es porque los niños (hasta cierta edad) son de un tamaño perfecto.


No hay mejores objetos de amor, de poder o de ostentación. Quienes prefieren a los perros, los gatos, los canarios, para tener a quienes dirigirse, dar órdenes, manosear o exhibir orgullosamente, no saben de lo que se pierden.


Como si fuera poco, los niños pueden ir al frente de la lucha de clases. Alguna vez un escritor reaccionario pensó en aprovechar a los niños pobres como alimento para los ricos (*). Todo hubiera podido arreglarse de manera industrial. El producto de las mujeres pobres, alineadas en jaulas de expulsión, como gallinas ponedoras, caería directamente sobre una banda sin fin, ni intervención de la mano del hombre, hasta la sección de enlatado.


Pero el moderno aprovechamiento de los niños puede ser más sutil. Hay que hacer fábricas de niños pobres, sí, pero contra los ricos. Ésa es la industria militar que puede sufragar un país sin divisas. Los ejércitos de niños pobres, por el simple hecho de existir, son un reproche al imperialismo: sirven de carne de cañón para que triunfe la virtud.


El derecho a no nacer, que parece alegar la nada fantasmal, demuestra una y mil veces que la nada es reaccionaria. Los derechos de los niños no pueden ser anteriores al ser.


Nada pierde la nada con seguir siendo nada. Pierde la humanidad. Los niños muertos de hambre sirven para despertar los mejores sentimientos del hombre. Para animarnos a luchar contra la injusticia. Para arrojarles a los ricos la verdad a la cara. Si, como otras especies aplastadas por el progreso, los niños muertos de hambre fueran a desaparecer, habría que organizar una campaña mundial para conservarlos en zoológicos.


Ojalá que la ciencia pueda hacer a estos niños más perfectos. Algún día, quizá no muy remoto, se podrá injertar una conciencia ideológica en el código genético de los pobres. Entonces estos niños paupérrimos, que hoy cumplen su papel revolucionario en forma objetiva, mas no subjetiva, estarán en el seno de su madre como los hombres bala en el cañón de circo, o como los heroicos pilotos suicidas del Japón: listos para ser disparados por el bien de la humanidad.



2. Los hijos como negocio


Hemos hablado de los niños como bienes de consumo individual o colectivo, más o menos duraderos. Pero un niño, además, puede ser un bien de capital: producir, en especie o en dinero.


Así no puede compararse con un animal doméstico. Se requiere un entrenamiento excesivo para lograr que un perro vaya por el pan. Y si además se considera el costo, no siempre menor, de alimentar un perro, la diferencia productiva se vuelve más impresionante. La plusvalía de un perro casi siempre es menor que la de un niño.


Una mejor comparación es con bueyes o burros, que pueden producir trabajo útil muy superior al costo y que pueden ser un capital. Como todo bien de capital, requieren acumular sin fruto por un tiempo. Pero luego pueden ser negocio: producir más de lo que costaron.


Esto es obvio en muchas formas de artesanía y producción casera que (a diferencia de la tierra) permiten expandir a bajo costo los medios de producción para cada hijo más. Por eso hay trabajadores sociales que se oponen a fomentar el trabajo a domicilio: porque fomenta la explotación de los hijos.


Que no suceda así con muchos economistas, que no lleguen a compensar a sus padres por el costo de producirlos, parece llevarlos a olvidar que la reproducción humana puede ser negocio, y que históricamente lo ha sido, puesto que la especie, además de ser viable (hasta el momento) ha logrado acumular un capital inmenso. Claro que el negocio varía según el centro de resultados y de costos que se tome como base: la especie, este país, tal sector de la población, aquella familia, esta persona. La reproducción de esclavos, como la cría de ganado, puede ser negocio para el amo y no para los padres. La reproducción de universitarios puede no ser negocio para nadie.



3. Cuentas mal hechas

A partir de 1960, se han hecho cuentas de los costos y beneficios de un programa de reducción de nacimientos. Un estudio del Banco Mundial (**) llega a la conclusión de que para cualquier país y época, para cualquier número de hijos, la reproducción no es negocio. El autor reconoce que esto no es muy plausible. Pero no toma en cuenta lo siguiente.


El costo de producir y mantener un niño mongólico, sobre todo si los padres se empeñan en acudir a toda clase de especialistas, puede arruinar a una familia. El costo de producir y mantener media docena de hijos universitarios, sobre todo si antes de empezar a trabajar se casan para producir y mantener a su vez media docena de universitarios cada uno, puede tener el mismo efecto. Pero un hijo que no se envía a la escuela, que hace un consumo marginal y que desde los cuatro o cinco años puede obedecer órdenes tales como llévate esto, tráeme aquello, en el taller familiar, no está en el mismo caso.


Producir un productor puede costar más, menos o lo mismo que lo que éste produzca. El resultado neto del ciclo de vida puede ser negocio o no serlo, como toda inversión en medios de producción: según qué tan costosos y productivos sean.


Otra cosa es cómo se financia el ciclo (que tiene tramos negativos) y para quién sea el negocio. Si ha de serlo para los padres, se requiere: que los hijos consuman lo menos posible, que empiecen a trabajar lo más pronto posible, que entreguen el ingreso a sus padres, que tarden en poner casa aparte y que, aun después, sigan dándoles parte de sus ingresos, más aún cuando los padres pierdan su capacidad de producción.


No se trata, evidentemente, de requisitos insólitos. En la medida en que se cumplen, añaden un incentivo económico a la reproducción, tradicional en muchas partes.


La cuestión, entonces, no consiste en que la gente del campo, por no saber economía, o no saber controlarse, está generando un problema insoluble. Somos nosotros los que generamos el problema:


a] Al hacer que la gente del campo adopte nuestras formas de vida y sus costos monstruosos, en vez de ofrecerles medios de producción adaptados a sus formas de vida.


b] Al suponer que nosotros sí podemos proliferar, porque tenemos más ingresos, cuando es precisamente al revés: que un alfarero tenga seis hijos alfareros es más viable económicamente que un economista tenga seis hijos economistas.

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(*) J Swift, "Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y hacerlos útiles al público" (1729). En Swift, Una modesta proposición y otras sátiras, pp. 17-30.

(**) Zaidan, The costs and benefits of family planning programs

(+) No disponible on line... hasta hoy. CO... PIRACY RIGHT, Patente de Corso en trámite. Prohibido el re-pirateje y maneje.