martes

¿Derechos naturales? ---Oh, yeah

Los derechos naturales son la contraparte filosófica de aquellos vampiros y fantasmas con los que, cuando niño, me asustaba mi vieja aya.
---Jeremy Bentham

Sostengo dos tesis:


(1) No se puede demostrar la existencia de los derechos naturales; en particular, no se puede demostrar que la vida, la libertad y la propiedad son derechos naturales. 


No, no se puede. No pudieron los racionalistas. Ni los empiristas. Menos aún los místicos e iniciados. Los filósofos y los teólogos lo han intentado; han querido demostrar -no simplemente señalar- la existencia de los derechos naturales. Pero no, no han podido; ninguno de sus argumentos y doctrinas fue contundente, concluyente o convincente. Así que no... no se puede.


Y conviene atenerse a ello.


Sin embargo,


(2) en la vida real vivimos como si los derechos naturales existieran; vivimos creyendo en ellos.


¿Cómo lo sé? Bueno, porque a veces me indigno. Y veo que a veces todo mundo se indigna. Por ejemplo, me indigno si alguien me empuja o me da un pisotón intencional (¡ha sido violada mi libertad de movimiento!, ¡violado mi derecho a ocupar un espacio físico!), me indigno si un adulto golpea a un niño (¡ha violado el derecho del niño a la propiedad de su cuerpo!), me indigno si un patrón muy rico paga una miseria a un obrero esforzado y cumplido (ha violado no sé cuántos derechos del obrero), etcétera. Casi no hay día en que no me indigne por una razón u otra... porque se han violado algunos derechos, porque no se han reconocido algunos méritos, porque no se ha hecho justicia, porque se han violentado libertades... en fin.


¿De dónde viene tanta indignación? Si de verdad no creyéramos con toda el alma en los derechos innatos, esto es, naturales, no nos indignaríamos, o la indignación no sería más fuerte que, digamos, la que provoca una mosca pegajosa en un día húmedo. Que quede claro: no nos indignamos porque creamos mucho en el derecho positivo, las leyes inventadas por los legisladores. No. Nos indignamos porque creemos mucho en derechos innatos o naturales. El legislador podrá promulgar una ley que diga "Se prohibe golpear a los infantes". Podrá hacerlo hoy, o podrá no hacerlo; no importa. Nosotros seguiremos indignándonos cada vez que un adulto golpee a un niño. Y no dejaremos de hacerlo porque al legislador se le ocurra mañana derogar esa prohibición. Nuestra creencia en los derechos naturales del niño es anterior al acto jurídico de promulgar una ley. Y, de hecho, si el legislador promulga esa ley, es porque también él cree con anterioridad en los derechos naturales del niño.


Somos iusnaturalistas de facto. Creemos -mucho- en los derechos naturales. Nuestra conducta cotidiana es la mejor prueba de ello. Tal vez no seamos conscientes de eso. Probablemente no sabemos qué significa la palabra "iusnaturalismo", ni jamás hemos leído a Cicerón, Santo Tomás, Locke, Rand o Hoppe. Pero no importa. De que somos iusnaturalistas... partidarios y creyentes devotos del derecho natural... lo somos. De que creemos en él, creemos. Y no un poquito.


¿Pero de dónde vendrá esta creencia? Yo no lo sé. Puede que sea instintiva (los genes, la evolución, etcétera), puede que sea innata (Dios la grabó en nuestra alma), puede que sea adquirida (los profetas, los filósofos, la sociedad, los maestros, nuestros padres, nuestra vieja aya...); el caso que tal creencia existe y la llevamos en el alma. Han existido filósofos que quisieron extirparla, borrarla de nuestra alma. Los nihilistas, los relativistas, los escépticos, los nietzschianos, los utilitaristas, los positivistas, los marxistas... todos ellos lo intentaron. Pero fracasaron. Y qué bueno. Porque la creencia en los derechos naturales es la base de toda ética sana y de toda civilización.


Ahora bien, puesto que no podemos evitar creer en ellos, sólo queda por descubrir qué es exactamente lo que creemos. Cuáles derechos sí, cuáles no. ¿Serán solamente el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, como aseguran Ayn Rand y los libertarios? ¿O habrá que añadir el derecho a la educación, a la atención médica, al seguro de desempleo, al agua y aire limpios, a los almuerzos gratis, a las autopistas sin casetas de cobro y a los zapatos bien lustrados, como aseguran los izquierdistas y demás tontos que no han leído Lo que se ve y lo que no se ve de Frédéric Bastiat o La economía en una lección de Henry Hazlitt?


Y para terminar... ¿Dijo algo Jeremy Bentham? (*) Mmm, sí, creo recordar algo. Pues bien: para variar, Bentham estaba equivocado. Los derechos naturales no son ni fantasmas ni vampiros ni zombis. Están bien vivos. Se parecen mucho más al gato de Cheshire de Lewis Carroll, ese gato que se va desvaneciendo y del cual sólo queda su sonrisa suspendida en la nada






Así como con el gato, de los derechos naturales vemos su sonrisa, pero nunca sabemos -ni podemos demostrar- dónde está la sustancia. 


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(*) El que sí puede asustarnos es Jeremy Bentham. Aquí se le puede ver detrás de una vitrina. No en carne y hueso, pero sí en pellejo y hueso y algunos kilogramos de borra.

sábado

Una plegaria para el escéptico







¡Oh, Señor, si es que existe un Señor!
¡Salva mi alma, si es que tengo un alma!
(Joseph Ernest Renan, "Oración del escéptico")




El escéptico, el incrédulo, no quiere creer en Dios. Tampoco quiere creer en la existencia del alma. No es que haya pasado algo terrible en su vida. No es que un psicópata se metió en su hogar y cortó en pedazos a su mujer y a sus cinco hijos. Ni es tampoco que él se haya volcado en su auto y quedara parapléjico para el resto de sus días. No, nada de eso. Si eso fuera, si eso de veras le hubiera pasado, el escéptico creería en Dios, aunque estaría muy, pero muy resentido con Él. Así que no... no es eso. Pasa, simplemente, que el escéptico no quiere creer en Dios. No le da su gana creer. Eso es todo. ¿Por qué es así este hombre? Bueno, a veces es porque quiere agradar a alguien, impresionarlo. A algún conocido; tal vez a un maestro o pariente que ejercen sobre él un fuerte influjo, o quizá a una mujer que le interesa, o puede que sea su pandilla de amigos, o su club/secta de incrédulos y guasones; en fin, vaya usted a saber. O quizá se deba (quiero suponerlo) a sus escrúpulos epistemológicos. El hombre ha leído un poco de filosofía, un poco de teoría del conocimiento, tal vez un poco de Hume y Russell, o ha leído ciencia, a Dawkins y otros evolucionistas, etcétera. El caso es que ahora tiene ideas propias...


Y una de sus ideas "propias" es ésa que dice: "no creas nada si no tienes evidencias suficientes; no creas si no te dan pruebas convincentes, pruebas que te proporcionen, si no la certeza absoluta, al menos alguna seguridad, algo que supere a toda duda razonable". Y bueno, nuestro hombre se toma eso muy en serio y se pone a analizar: 


---A ver, ¿alguien ha visto a Dios? No. ¿Alguien lo ha tocado, ha escuchado su voz, ha percibido su aroma? No. ¿Es al menos uno de esos entes "teóricos" de la ciencia, como los quarks o los fotones, que, si bien nadie los ve, sirven para explicar, y predecir, fenómenos observables? Pues no; tampoco. Dios, lo han dicho ya Laplace, Hawking y otros muchos, es una "hipótesis innecesaria". Todo puede explicarse sin Él. ¿Entonces? ¿Dónde están las pruebas? Más aún, ¿para qué perder más tiempo buscando pruebas de Dios si todo puede explicarse sin Él? ¿Que porqué hay algo en lugar de la nada? Pues, hombre; ha de ser porque sí. Y nada más. ¿Para qué meter a un dios creador si a continuación cualquiera preguntará porqué hay ese dios creador en lugar de no haber ni creador ni nada? Es inútil... ¿Y qué hay del alma? ¿hay pruebas de su existencia? Pues no. Tampoco la percibo directamente. Percibo mi dolor de muelas, percibo mi ver-azul, percibo mi alegría y mi tristeza, incluso percibo mi propio aquí-y-ahora-estoy-percibiendo-y-dándome-cuenta-de-que-percibo... Todo eso, sí. Pero no percibo lo importante: esa cosa misteriosa, esa supuesta sustancia, que es o debería ser el alma, si existiera. No parece haber nada detrás de mis percepciones y pensamientos. Y si me abren el cráneo y el cerebro y el sistema nervioso de nada servirá. Sólo encontrarán reacciones químicas y electricidad. Pero no al alma. ¿Dónde están, pues, las pruebas? No, no las hay... ¿Y el significado de la vida? Pues no, no lo hay. No hay dios, no hay alma, luego la vida no significa nada. Ah, pero no por eso me voy a suicidar, claro. Yo mismo daré sentido a mi propia vida. No necesito a Dios ni al alma. No hay pruebas de su existencia y yo no las necesito. Punto.


Así, más que su psicología personal, es su epistemología, su filosofía, su razón, su lógica, lo que impide al escéptico creer en Dios y en el alma. No quiere creer porque le parece tonto creer. Si no hay pruebas, buenas pruebas, es tonto creer. Cosa de mojigatos, es decir, de ignorantes, de analfabetas o semianalfabetas, de tontos... y nada más. Más que un guasón (como opinaba Hume), el escéptico es un hombre arrogante. Porque, claro, él sí que es listo.


Pero... un momentito. ¿Qué hay del corazón? El escéptico, por muy listo que sea, también es hombre. Debe, pues, tener corazón. Y al corazón le gusta creer. A pesar de la lógica, a pesar de los escrúpulos epistemológicos, el corazón quiere creer...


Por ello no pretendo convencer al escéptico. No pretendo probarle nada. Le propongo algo muy sencillo: que ore. Sí, que hable con Dios. Que suspenda un minuto su lógica. Que permita que su corazón hable durante un minuto. Que eleve una plegaria. Que no lo piense. Que se atreva. Que se arroje por un minuto al Misterio.


Y para ello ¿qué mejor que la Oración del Escéptico de Ernest Renan?


 ---¡Oh, Señor, si es que existe un Señor!
     ¡Salva mi alma, si es que tengo un alma!


Nótese que esta plegaria respeta los escrúpulos epistemológicos del escéptico. Les da su lugar. Se eleva al Cielo, sí, pero en forma de enunciado condicional: "... si es que existe un Señor", "... si es que tengo un alma". Lógica y corazón quedan, los dos, contentos.






Porque estoy seguro de que Dios, que comprende a la naturaleza humana, que comprende al corazón pero también a la inteligencia y a la lógica humanas, que comprende los escrúpulos de esta última, que comprende las teorías epistemológicas de los filósofos... ese dios será comprensivo con este escéptico.


Te digo, pues, a ti, Escéptico, que tu plegaria será escuchada.


Claro, si es que hay Alguien que pueda escucharla...