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Y el Superhombre se fue a su montaña...
Pero a las dos horas tuvo hambre.
-La Transmutación se va a tardar un poquito más -pensó.
-Ustedes espérenme aquí -dijo a su león, a su águila y a su serpìente.
Y entonces bajó al pueblo a abastecerse.
-¡Bah!, lo bueno es que todavía puedo despreciarlos.
Pero en el mercado descubrió que nadie le reconocía su Nobleza ni su Voluntad de Poder. Al contrario, todo mundo le cobraba las mercancías.
-Grrrrrr, ¡los odio, los odio, los odio!
Y tuvo que emplearse como profesor de filología para pagar las cuentas.
-Será por un tiempo, sólo hasta preparar el plan para dominarlos...
Y más tarde, cuando lo echaron del empleo, se dedicó a vivir de su hermana y a escritor de filosofía.
-Ahora sí... ¡me las pagarán!
Pero ya no tuvo tiempo para cobrárselas todas juntas: a poco se volvió loco. No se sabe si porque ya no se le paraba (cosas de aquella sífilis juvenil) y supo que lo mismo pasaría infinitas veces, o porque vio cómo le pegaban al caballo y supo que lo mismo pasaría infinitas veces, o porque descubrió que el mercado era el fin de la historia y supo que lo mismo pasaría infinitas veces, el caso es que enloqueció...
Y ya loquito, se murió.
En su epitafio los del pueblo pusieron:
"Aquí yace el Übermensch. Murió porque leyó mucho de Schopenhauer, pero nada de Santayana”.
(Del león, el águila y la serpiente, nadie supo nada. Se habrán cansado de esperar y se fueron por ahí).
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(*) Pequeño homenaje a Armando Fuentes Aguirre, Catón, creador de las “Historias del señor pérez y de su trágica lucha contra la Burocracia”
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